lunes, 17 de febrero de 2014

Domingo de cine.

Soy dueño de una mansión, jets privados, seis coches, tres caballos, dos casas para vacaciones y un yate de 170 pies. También apuesto como un degenerado, bebo como un pescado, tengo sexo con prostitutas (tal vez cinco o seis veces a la semana), tengo a tres agencias federales tratando de atraparme. Por cierto... me encantan las drogas.





Película basada en hechos reales del corredor de bolsa neoyorquino Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio). A mediados de los años ochenta, Belfort era un joven honrado que perseguía el sueño americano, pero pronto en la agencia de valores aprendió que lo más importante no era hacer ganar a sus clientes, sino ser ambicioso y ganar una buena comisión. Su enorme éxito y fortuna cuando tenía poco más de veinte años como fundador de una agencia bursátil le valió el mote de “El lobo de Wall Street”. Dinero. Poder. Mujeres. Drogas. Las tentaciones abundaban y el temor a la ley era irrelevante. Jordan y su manada de lobos consideraban que la discreción era una cualidad anticuada; nunca se conformaban con lo que tenían. 
(FILMAFFINITY)




-Nos traerás dos Martinis. Ya sabes cómo me gustan: sin hielo. Luego, precisamente 7 minutos y medio después de eso, nos traerás dos más. Luego dos más después de eso cada 5 minutos. Hasta que uno de nosotros se desmaye.
-Excelente estrategia señor.

-¿Es capaz de drogarse durante el día y aun puede hacer su trabajo?
-¿Cómo mierda más lo podría hacer? Cocaína y prostitutas, amigo mío.




El mundo es un negocio. Y una selva.






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