miércoles, 3 de febrero de 2016

No conoces la siesta.



Nunca has dormido siesta, y algo te habrás perdido,
porque, en la hora difícil en que un copioso almuerzo
se agita en la sentina de tu cuerpo, no hay cosa
que más relaje el ánimo y distienda el espíritu
que una gloriosa siesta, regalo de los dioses
para aliviar el peso de tu glotonería.
¡Digestiones horribles con los ojos ausentes
y la barriga hinchada! ¡Sórdidas sobremesas
en que no eres capaz de articular palabra,
colgado como estás del árbol del empacho!

No conoces el sueño después de las comidas,
ese sueño benéfico, liberador, aéreo,
que te traslada a un mundo de excelsas beatitudes
donde aún no has tenido que nacer y, por tanto,
sigues siendo feliz. No conoces la siesta,
ese líquido amniótico donde nadar sin límite,
ese tibio regazo donde apoyar el alma,
esa dulce memoria del primer paraíso.


Luis Alberto de Cuenca









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