jueves, 27 de octubre de 2016

Impermanencia.

Como dice el budismo, al igual que la naturaleza, la vida toda está sujeta a las variaciones de la materialidad, lo único que se mantiene constante en este mundo concreto es el cambio y con esta paradoja debemos convivir inexorablemente toda la existencia.

La doctrina de la impermanencia es de carácter universal, no sólo le pertenece al sistema budista, si no que también se hablaba de estos temas en la Grecia presocrática,  cuando Heráclito nos deslumbraba  con frases atemporales que hoy las seguimos repitiendo ignorando tal vez el profundo origen filosófico, tales como “Todo cambia”… 

La clave para asumir este condicionamiento -así llamado en la doctrina budista- no es deprimirnos ni correr detrás de las cosas por apego para que permanezcan en nuestras vidas eternamente (flor de fantasía!); es simplemente asumir esta condición, humildemente y a conciencia, meditando reflexivamente, tratando de ver las cosas desde otras perspectivas u otros pensamientos que nos permitan tener un ángulo diferente de percepción de la realidad, cuidando de no apegarnos a las cosas, porque todo inexorablemente va a cambiar en algún momento. Para esto el budismo propone disfrutar el presente sin condicionamientos mentales, sin prejuicios, sin esperar nada de las cosas o las personas, percibiendo la vida con la inocencia de los niños.

Vivamos el presente, disfrutando cada momento y aceptando que nada es para siempre.
La vida es extraordinaria cuando nos liberamos de los preconceptos de la mente y nos dejamos sorprender en la espontaneidad de cada instante, porque en los momentos de plena conciencia  nos adueñamos de nosotros mismos para ser Uno con el presente.

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