domingo, 20 de agosto de 2017

Algo que aprender.

Cuando la sinrazón y la adversidad golpean a las buenas personas, entonces el mundo pierde su rima y la vida su lógica.
Más allá de algún hecho aislado, el compromiso se está cumpliendo dando forma a un civismo excepcional que también se ve en las calles: los vecinos de Barcelona ofrecen alojamiento a quien lo necesite, el trasporte es gratuito y los comercios también añaden su granito de arena. Es en estas situaciones cuando nos damos cuenta de que a pesar del caos, la tragedia y el horror, los actos de altruismo son los que nos dignifican. Aquellos que nos demuestran que, más allá de lo que podamos pensar, nuestro mundo está habitado en su mayoría por buenas personas.
El doctor Jeff Greenberg, psicólogo de la Universidad de Arizona, nos cuenta que tras un acto terrorista de esta índole las personas ponemos en marcha mecanismos culturales de subsistencia.
Pocos momentos nos hacen sentirnos tan frágiles y vulnerables como estos eventos. Nada puede ser tan devastador como descubrir que nuestra sensación de seguridad es falsa y de que el terrorismo tan indiscriminado como impredecible. Que mañana es allí y hoy nos roza la piel.
Sin embargo, en estos contextos, lejos de alimentar la rabia o el deseo de venganza, acontece algo muy llamativo entre la población. Aumenta el sentido de comunidad y se busca por encima de todo reconstruir esa estabilidad que va más allá del simple hecho de levantar un edificio derruido o una calle destrozada. Una sociedad que sigue creyendo en la paz y en el respeto. Gente que a pesar de haber sido herida por la maldad más abyecta, necesita seguir confiando en la bondad del ser humano.
Valeria Sabater



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