miércoles, 6 de septiembre de 2017

Septiembre.

No importa qué suspendiste. Da igual qué quedó pendiente antes del verano. Septiembre no hace preguntas. Tan sólo está ahí, esperando, por si necesitas volver a intentarlo. Septiembre siempre te acoge con una libreta en blanco, un lapicero afilado, un armario ordenado, un pañuelo limpio, una red de trapecista.
Qué más da si escapaste a la carrera, sin mirar atrás, sin despedirte. Qué importa si eres el hijo pródigo o cualquier otro prófugo. En agosto todos huimos de algo, de alguien, pero septiembre es el hogar donde siempre volvemos. El abrazo que te acoge, todavía excitado, aturdido, perezoso, infantil, contrariado y te devuelve un hilo de equilibrio. Mira tu brazo quemado. Comienza a despellejarse y no es una metáfora. Septiembre es una buena época para cambiar de piel, para hacer limpieza.
Dice un amigo que septiembre es el lunes de los meses. No lo sé. Quizá. A mí me reconforta regresar a la casilla de salida. Encontrar una disculpa para volver a, para cambiar de, retomar el, dejar de, descubrir el, dar la vuelta a. Intentarlo una segunda, tercera, cuarta oportunidad. Septiembre es la esperanza de poder volver a empezar.
Más que un mes, septiembre es una estación. Un apeadero, en tierra de nadie, con andén de llegada y salida. Final o comienzo. Nostalgia o estímulo. Es la actitud la que decide por nosotros. En realidad, septiembre es sólo un pretexto. Una artimaña infantil para empujarnos a dar un paso. Una quimera a la que algunos ilusos aún nos empeñamos en darle sentido.
Guille Viglione.


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